Cuando los clientes dejan de llamar o llaman menos siempre cunde el pánico. En mi estudio al menos pasa. Lo fácil sería tirar los precios pero eso es algo que no contemplamos porque implicaría tener que hacer peor algunas cosas.
El funcionamiento de drama es un poco caótico. Somos tres socios y el número de empleados va cambiando.
Años atrás colaboré con dos amigos que a la hora de montar su estudio me dejaron fuera. Sus razones tenían. Era el mercado amigo. Pero dolió bastante. Y claro, no iba a hacer yo lo mismo con Pablo y Eloy. Así que, harto de que el estudio llevara mi nombre, me puse a darle forma a un proyecto común.
Por motivos fiscales lo más fácil era que los tres tuviéramos la misma participación en la nueva empresa. Yo no le di más importancia. Ya estaba algo cansado de tirar del carro y pensé que era un buen momento para que emergieran nuevos liderazgos.
Pero cada uno tenemos nuestra forma de hacer las cosas. Dirigir una empresa con una estructura tan horizontal ha demostrado ser mucho más complicado de lo que pensaba. Además en el camino fueron surgiendo nuevos dramas. Mi mudanza a Córdoba fue uno de ellos.
Yo le había prometido a la que por entonces era mi novia (ahora estamos felizmente casados) que la acompañaría allí donde la oposición de profesora de arte la llevara. No creía que fuera a sacar plaza a la primera. Esa es la verdad. Estábamos viendo la luz al final de la pandemia y tuve que sentarme con mis socios y decirles que me iba.
Si dirigir una empresa es complicado, hacerlo a distancia es sencillamente imposible. O al menos con el tipo de liderazgo a través del ejemplo que trato de practicar (es el único del que soy capaz). Así pasé de ser el director de orquesta al que toca el triángulo.
Me costó mucho entender mi nuevo rol. Me dolía ver cómo la personalidad de mi hijo iba cambiando. Pablo y Eloy son dos socios geniales. Dos de mis mejores amigos. Pero somos muy distintos. Creo que por nuestros orígenes. Mi formación me hizo ser como el protagonista de The Walking Dead. Lo hago todo más personal, voy al límite en cualquier dirección. Incluso cuando se trata de hacerme daño a mí mismo.
En septiembre volví a Madrid porque a Mariu la destinaron al Ministerio de Educación. Volví a mi viejo puesto más o menos. Fue extraño para todos. También para Pablo y Eloy. Los tres años de Córdoba me han hecho mucho menos templado. He perdido el miedo a perderlo todo. Amigos, clientes, todo.
Ayer vi que Nieto Sobejano (nuestro principal cliente históricamente) buscaba incorporar otro arquitecto especialista en 3D (lo que nosotros hacemos) a la plantilla. Es algo que ha ocurrido más veces. Por suerte nuestra supervivencia ya no depende exclusivamente de uno o dos clientes. Pero duele. Me imaginé a Sandra Barneda diciendo: “Fran, hay imágenes para ti”. Es legítimo que todo el mundo se busque la vida. Nosotros lo hemos hecho.
Me ha llevado años despegarme emocionalmente de alguno de los arquitectos con los que empecé a colaborar. He ido entendiendo el negocio pero estoy trabajando para que drama no pierda esa empatía extrema que nos hace distintos.
Ahora somos un restaurante caro para muchos estudios. La fiesta que se pagan cuando se puede. Y eso lejos de hacerme daño me hace súper feliz. Aquí estoy, con los manteles de hilo perfectamente almidonados, las copas de cristal de Bohemia, los entrantes ambiciosos y la luz adecuada . Si esto es una fiesta, vamos a divertirnos.